¿Pero quién demonios es Juan Roque?

Juan Roque, o Hans Röckle para los alemanes, es un personaje que Karl Marx inventó para entretener a sus hijas cuando eran niñas. Junto a las obras de Shakespeare, Las mil y una noches y nuestro Don Quijote, el viejo filósofo de Tréveris fabuló las aventuras de Hans Röckle, un maravilloso juguetero que, atenazado por las miserias del capital, se veía obligado a vender los extraordinarios juguetes a los que daba vida en el interior de su taller. Pero no se trataba sólo de un cuento. Era un metáfora de lo que Marx y Engels habían encontrado en las fábricas de Francia e Inglaterra, obreros encadenados a la producción industrial, alienados de la fuerza y el producto de su trabajo. Sin embargo, Hans Röckle, al igual que el movimiento obrero que entonces daba sus primeros pasos, no se resignaba a desprenderse de sus criaturas. Era un mago, y al haber dado vida a sus creaciones, las había hecho capaces de ingeniar las formas más increíbles de escapar siempre de sus compradores para terminar volviendo a su tienda de juguetes. Ya lo veis: Karl Marx, mucho antes que Pixar, inventó la fábula de Toy Story

Cuentos llenos de poesía, ingenio y humor. Porque al contrario de la imagen que algunos intentando hacerle mal, y otros, por hacerle el bien, le han construido, Marx, o el Moro (Mohr), que es como le llamaban graciosamente en su entorno familiar, era un tipo de lo más divertido, que siempre supo combinar el compromiso social y el rigor teórico con grandes dosis de humor e ironía. ¡Por algo era un lector apasionado de El Quijote!

Karl Marx es justamente conocido por ser el autor de El Capital, además de por ser uno de los fundadores del movimiento internacional de los trabajadores. La crisis sin precedentes en la que ha desembocado el sistema capitalista hace cada vez más ridículos los fuegos artificiales con los que algunos intentaron enterrar su obra demasiado prematuramente. El siglo XXI está conociendo una recuperación cada vez más visible del marxismo. ¿Pero qué habría pensado él, que una vez dijo Je ne suis pas marxiste!, o sea, ¡Yo no soy marxista!? Porque en una ocasión Marx dijo esto a un amigo. Y no porque fuera un grouchomarxista avant la lettre, por aquello de no querer apuntarse a los clubs que lo admitieran como socio, sino porque Marx era cualquier cosa menos sectario. Siempre mantuvo el sentido crítico alerta, con tirios y troyanos, pero también consigo mismo. No es que estuviera criticándose cada dos por tres, o que no aceptara los principios que él mismo había escrito, sino que consideraba una obligación intelectual hacerse cargo de las cosas por uno mismo. Nada de obediencia ciega, brazos de madera y disciplina de partido. En este sentido, Marx nunca fue marxista. La única obediencia que Marx consideraba que los trabajadores debían seguir era la obediencia a sí mismos. Por eso se ocupó de que este artículo apareciera al principio de los Estatutos de la Asociación Internacional de los Trabajadores que él mismo contribuyó a fundar. Decía así: la emancipación de la clase obra debe ser obra de los obreros mismos.

Muchos años después, Ernesto Che Guevara, otro tipo con las ideas muy claras, dijo aquello de que un revolucionario auténtico no se puede pensar sin estar guiado por grandes sentimientos de amor. Lo dijo porque se dio cuenta de que algunos se quedaban con la mente fría para el rigor y la toma de decisiones, pero sin este espíritu apasionado de amor por el pueblo, de cariño cotidiano hacia los afanes de la gente corriente, sin el cual lo otro, por muy concienzudo y elaborado que resulte, no sirve para gran cosa. Esto puede verse con algunos, y digo algunos, marxistas universitarios, muy duchos en la inversión hegeliana y la hermenéutica mas  puntillosa, pero incapaces de conmoverse por el sufrimiento ajeno. Marx tampoco se habría reconocido en ellos. 

Por todas estas razones, si necesitamos recuperar el pensamiento y la obra de Marx para ayudarnos a escudriñar las salidas a esta crisis que él previó mejor que nadie, es necesario  recuperar también su gran pasión por la vida y su espíritu solidario. Marx fue uno de los filósofos más geniales de todos los tiempos. Pero además fue un hombre extraordinario que ayudó a fundar el movimiento internacionalista, algo de lo que los indignados podrían aprender muchas cosas buenas. Me corrijo. No además, sino precisamente, es decir: ser la clase de persona que se embarcaría en la fundación de la Internacional, es lo que hizo de Marx un filósofo estupendo. Sin su compromiso, sin su afecto solidario por los oprimidos del mundo, no habría  tenido la materia, ni las ganas, de elaborar un obra como la suya. Convirtió en un lema personal una frase de Terencio: "Nada humano me es ajeno". Si alguien quiere interesarse de verdad por la obra de Karl Marx, deberá tomar como punto de partida esta verdad revolucionaria: Marx fue el autor de El Capital, pero también fue el autor de Hans Röckle.

Y nadie mejor para contárnoslo que Eleanor Marx-Aveling, una de las hijas de Marx, que dejo escritas las siguientes palabras:

Por mi parte, de los muchos cuentos maravillosos que Mohr me contó, el más delicioso era «Hans Röckle». Duró meses y meses; era toda una serie de cuentos. ¡Lástima que nadie pudo escribir aquellos cuentos tan llenos de poesía, de ingenio, de humor! Hans Röckle era un mago al estilo de Hoffmann, que tenía una tienda de juguetes y que siempre estaba «a la cuarta pregunta».

Su tienda estaba llena de las cosas más maravillosas -hombres y mujeres de madera, gigantes y enanos, reyes y reinas, trabajadores y señores, animales y pájaros tan numerosos como los del Arca de Noé, mesas y sillas, carruajes, cajas de todas especies y tamaños.

Y, aunque era un mago, Hans no podía cumplir nunca con sus obligaciones ni con el diablo ni con el carnicero y por eso -muy en contra de su voluntad- se veía obligado siempre a vender sus juguetes al diablo. Éstos atravesaban entonces por maravillosas aventuras -que terminaban siempre en el regreso a la tienda de Hans Röckle. Algunas de estas aventuras eran tan tristes y terribles como cualquiera de las de Hoffmann; algunas eran cómicas; todas narradas con inagotable inspiración, ingenio y humor.